
“No preguntes sin hay vida entre todas esas estrellas que llenan la noche porque la razón por la cual están ahí es porque hay vida en ellas”
– S. de Erra.
Hace unos días estuve desempolvando un libro que utilicé durante mis estudios de ingeniería de telecomunicaciones hace ya muchos años. Buscaba información sobre lo que era una onda estacionaria porque lo iba a utilizar en un vídeo que estaba preparando para subirlo a mi canal de YouTube. Ya sé que en internet encontraría información de sobra al respecto, pero quería recordar lo que aquel libro mencionaba de tal concepto. Cuando tuve el libro en mis manos me di cuenta de que estaba forrado con lo que parecía una bolsa de plástico. Desde luego no recordaba en absoluto que yo hubiera forrado aquel libro en su momento y me sentí extrañamente sorprendido. Pero la sorpresa no venía del hecho de estar forrado por dicha bolsa, sino por el estampado que quedaba situado en la contraportada del libro. La bolsa llevaba estampada la palabra PHILIPS, multinacional holandesa mundialmente conocida. Se trataba de una bolsa que se utilizaba en el servicio técnico de esta empresa para usos varios. Esta bolsa la había conseguido de mi tía Benita que por aquel entonces trabajaba en la calle Albasanz donde Philips tenía el cuartel general de sus servicios técnicos en Madrid.
Algunos de vosotros os estaréis preguntando a estas alturas qué relación tiene la frase inicial de este artículo, las ondas estacionarias y las bolsas de plástico estampada con la palabra Philips de mi tía Benita. Dejadme que os siga contando.
Antes de realizar los estudios de ingeniería me decanté por estudiar electricidad y electrónica. En aquella época me sentía muy atraído por estas ramas de la ciencia y mi tía Benita me proporcionaba esquemas eléctricos y circuitos electrónicos averiados inservibles de los aparatos de Philips que se reparaban en Albasanz para que yo cacharreara con ellos. La pulcritud y claridad de la documentación técnica y el diseño de los módulos electrónicos hizo que me enamorarme de aquella empresa y empecé a imaginarme trabajando en ella. Trabajar en Philips se convirtió en un reto para mí y en un objetivo vital. No hubo un instante que no anhelara formar parte de una multinacional como Philips.
Siete meses después de acabar la carrera y completar el servicio militar obligatorio (Julio de 1986) comencé a trabajar en Philips. ¡Hurra! ¡Lo había conseguido! Y no, mi tía Benita no tuvo nada que ver en todo aquello ya que ella solo era personal externo a la empresa.
El motivo por el que empecé a trabajar en mi empresa soñada es la razón por la que estoy escribiendo este artículo y porque quiero que todos los que lo lean utilicen de forma activa lo que ya mencionaba en mi artículo anterior (el hábito no hace al monje – https://www.linkedin.com/pulse/el-h%C3%A1bito-hace-al-monje-mariano-sanz-gonz%C3%A1lez/ ) y que no es otra cosa que nuestro poder interior y nuestras capacidades innatas muchas de ellas sumergidas en un mar de creencias equivocadas y destructivas.
De acuerdo, sí. Ya tenemos claro lo de la bolsa de Philips, pero ¿qué pasa con las ondas estacionarias? ¿Y con la parrafada de esa tal S. de Erra?
Lo que ocurrió cuando me contrataron en la multinacional mencionada no lo descubrí hasta que volví a ver aquella bolsa de Philips. Lo que realmente pasó es que había puesto en marcha “el Poder de la Intención”. Otros lo llaman la Ley de la Manifestación, la Ley de los Espejos o el Gran Secreto. Está regla o ley dice que, si deseas algo, si lo visualizas, si lo piensas con intensidad, lo sientes y te emociona entonces lo tendrás. Tardarás más o tardarás menos, pero al final lo tendrás. He de deciros que esto ocurre con todo. No solo con las pequeñas cosas, también con las grandes. Digamos que nos cuesta lo mismo manifestar una bicicleta que un Ferrari. Todo depende de la intención y cantidad de energía que apliquemos a nuestros deseos, pensamientos, sentimientos y emociones. Quisiera añadir que los resultados son más visibles si uno forma parte activa también del proceso y no solo es espectador de los acontecimientos y deseos.
Y hablando de energía, aquí es cuando las ondas estacionarias entran en escena. Al poner toda nuestra intención de creación en un objeto o situación estamos produciendo un flujo de energía que se transmite en forma de ondas estacionarias complejas cuyos armónicos poseen una frecuencia que se iguala a la del objeto o situación deseada. Cuanto mayor sea la intención mayor es la energía transmitida y por tanto con mayor celeridad obtendremos lo deseado. En la determinación de la forma de la onda o de la frecuencia de ésta no intervenimos directamente. Con el hecho de enfocarnos en lo deseado ya estamos dando esos valores de manera inconsciente. Todo esto puede parecer fantasioso y descabellado, pero de manera simplista así es como funciona físicamente el Poder de la intención o la Ley de la Manifestación. Hay más elementos metafísicos que forman parte de todo esto, pero no entraremos en ellos por mor de no alargar en exceso este artículo.
Por lo tanto, podemos decir sin equivocarnos que la realidad en la que vivimos es creación nuestra. Si no nos gusta trabajemos para cambiarla. Nosotros somos poderosos y somos creadores. No caigamos en el determinismo y no esperemos que nuestros padres, nuestros maestros, nuestros amados políticos o el cura del pueblo nos vayan a solucionar ninguno de nuestros problemas o vayan a traernos a casa el sustento de cada día. Durante mucho tiempo hemos cedido nuestro poder a estos entes, así que ya va siendo hora de recuperar lo que es nuestro y demostrar quienes somos y hasta donde podemos llegar. Nuestra única limitación es creer que somos seres limitados.
El futuro está en nuestras manos. Diseñemos la realidad que deseamos; una realidad sin guerras, sin políticos corruptos, sin pandemias, sin sufrimiento, sin ese cuñao’ que todo lo sabe.
Por cierto, algo muy importante se me quedaba en el tintero. El Poder de Intención o la Ley de la Manifestación también funciona para lo negativo. La energía más poderosa y concentrada que permite crear monstruos y demás cosas negativas en muy poco tiempo es el miedo. No nos dejemos llevar por el miedo, enfrentemos los miedos y superémoslos. Transmutemos esta emoción. Atención: el miedo no entiende de coeficientes intelectuales. El miedo es una emoción tan fuerte que genera un estrés desmedido en nuestro organismo. Este estrés es el desencadenante de la hormona cortisol y esta hormona le dice al resto del cuerpo que se prepare para luchar o correr y desactive otras funciones corporales no necesarias en ese momento. Esto incluye parte de nuestra actividad cerebral. La capacidad de raciocinio se apaga y la inteligencia se reduce. Y todo para dar energía a los músculos que deben ser alimentados con un aporte extra de glucosa que viene del hígado. Si al final ni luchamos ni huimos, esa glucosa nunca se quemará y nosotros engordaremos y enfermaremos.
Por tanto, apaguemos la tele, conectémonos con la naturaleza y confiemos en nosotros mismos. Respiremos hondo, bebamos agua y meditemos para aquietar nuestra mente. Quizás tengamos que hacer también trabajos de sombra, como bien explica Carl Gustav Jung, para eliminar creencias ocultas en nuestro interior que nos dominan y labran nuestro destino. Os dejo este enlace para una guía de cómo gestionar esto: https://psicoguias.com/la-sombra/ Llegados a este punto entonces podemos decir que, si somos capaces de manifestar un trabajo en una gran compañía, una bicicleta, un Ferrari o nuestra propia realidad, ¿que nos impide crear una estrella o una constelación entera? Pues solo nos lo impide la creencia limitante de que somos poca cosa. Y si, “…la razón por la cual esas estrellas están ahí es porque hay vida en ellas” y esas vidas, esas consciencias, manifiestan esas estrellas, lo que me lleva a desdecir a la ciencia oficial cuando dice que la gravedad de un planeta o de una estrella depende de su masa. En realidad, la gravedad solo depende de las conciencias que manifiestan ese planeta o esa estrella, pero esta es otra historia.